Me acuerdo, ya con 77 años, que esa época fue la más difícil
y triste que yo he pasado. Con solo 4 años de edad, yo ya trabajaba en los
campos de algodón para ayudar a que mi familia pudiera vivir mejor. En esa
época de 1935, el único lugar donde podíamos vivir era un campamento a las
afueras de la ciudad, donde se enviaba a las personas que se quedaban sin
trabajo. Yo, con mis seis hermanos y mi madre trabajábamos día a día para poder
vivir mejor y tener algo que llevarnos a la boca con tanta pobreza.
Los días
eran difíciles… A veces, costaba tener que levantarnos tan temprano para ir a
trabajar, y más siendo mis hermanos y yo, tan pequeños. Fue un día en
específico el que quiero retratar. Ese que empezó siendo tan ordinario como
cualquier otro y que luego continúo por hacerse más extraño. Lo raro comenzó
cuando mi madre nos dijo a dos de mis hermanas y a mí que nos querían tomar una
fotografía. Me pareció extraño porque creo que nunca antes me habían tomado
una. Antes de la fotografía hablamos con mis hermanas de que no nos gustaba la
idea de tomarnos una foto, puesto que no teníamos linda ropa y nuestras caras
no estaban del todo limpias. Tuvimos que acceder a tomarnos la fotografía, pero
pusimos la condición de que nuestras caras quedaran tapadas, con el fin de no
ser reconocidas. Al momento de la fotografía, la fotógrafa le pidió a mi madre
que su cara expresara los sentimientos que tenía en ese momento tan difícil
para nosotros. Por eso lo único que se veía en la imagen era la cara de mi
madre que reflejaba su dolor y tristeza.
Después de 73 años, encontré entre mis cosas la foto en la
que yo había salido ese día y me sorprendí gratamente, pues me puse a comparar
la vida que tenía antes con la que tengo ahora, y pude darme cuenta de cómo fui
evolucionando económica y socialmente y ahora puedo afirmar que, por primera
vez en mi vida, soy la persona que siempre había querido ser y tengo nada más y
nada menos de lo que necesito para vivir y ser feliz.
¡Muy bien, Mili!
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